lunes, 24 de septiembre de 2012

You were my best drug.

Me pregunto lo que gira en mi cabeza, toda conexión eléctrica aquí arriba va a fundirse y mandar a la mierda lo poco que me queda de aquello que me hizo tenerlo todo.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

...

Caminaba por el centro, sin ninguna prisa, igual que siempre, le gustaba pasear por allí, viendo a los jóvenes correr de lado a lado, a los hombres de negocios con cara seria, los coches pasar...
Le prestaba atención a una mujer con un carrito de bebé cuando chocó con un hombre, un vagabundo, una de esas personas con la ropa destartalada, de piel oscura, barba abundante, el típico. El hombre se puso de rodillas ante él, le suplicó dinero para comer, aseguraba que no tenía nada y que llevaba dos días sin comer además de tres meses durmiendo en la calle y se acercaba el frío y más solitario aún invierno de la ciudad.
Entonces al hombre se le ocurrió una idea, se llevó la mano al bolsillo y al sacarla pudo ver como al mendigo se le iluminaron los ojos, pero no todo era tan fácil.
Puso el billete de cien euros en la mano derecha del vagabundo y se la cerró, con el billete dentro, sacó un mechero y le dijo que la capacidad de conseguir el billete estaba determinada por su necesidad, si consideraba que había aguantado bastante la mano con el billete sin apartarla del fuego se lo llevaría de buena gana. Nuestro sin techo aceptó con una cara seria.
El buen hombre, sin mala intención encendió el mechero, un zippo reluciente, de acero cromado, digno de un caballero, el vagabundo acercó el dorso de la mano sin miedo a la llama, entre el billete y el fuego sólo estaba su piel.
 El tiempo se congeló al instante, apenas hoy puede creer lo que hizo, lo que fueron diez segundos parecieron varias horas, se dio cuenta increíblemente rápido de la atrocidad que estaba cometiendo, pero quería llegar al final, no podía detenerse, aún así se rindió antes, tuvo que apartar el mechero con lágrimas en los ojos, el vagabundo le miraba fijamente, sin gesto de dolor alguno en su cara. Sobraron las palabras, así que el hombre se limitó a dar la vuelta a la mano del mendigo. El centro del dorso tenía un color rojo intenso y supuraba sangre, rodeada por una circunferencia de piel negra quemada. 
Sometió a un hombre a una tortura por algo que necesitaba, había hecho algo espantoso, imperdonable, no sabía como hablarle al hombre que tenía frente a él. Hasta que encontró lo que quería decir y lo hizo.
 Nuestro caballero acompañó al mendigo al hospital, se encargó de que lo atendieran los mejores médicos, esperó horas con él en urgencias e incluso  le pagó un bocadillo y un refresco. A día de hoy, viven juntos, en la misma casa, bajo el mismo techo. El hombre mantiene al mendigo de buena gana, son grandes amigos y conviven de la mejor forma posible.

Pero¿ Y tú? ¿Cuánto pretendes aguantar una condena hasta conseguir lo que deseas, cuánto permitirás que te aplasten?¿Cuál es mi limite?




martes, 18 de septiembre de 2012

VACACIONES

Hoy, 18 de Septiembre, comienzan mis verdaderas vacaciones de verano. Me esperan dos semanas para dedicarmelas a mí, dos semanas egoistas en las que voy a hacer lo que de verdad necesito. Lo que me hace falta, lo que me da la gana. No tendré que rendir cuentas a nadie por cada cosa que haga. No hay horarios ni obligaciones, sólo tranquilidad y relax, aficiones.
Empiezo a desesperarme, hecho mucho de menos el invierno y llevo sobre cuatro meses sin ver llover.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

CIUDAD


El Sol cae en la ciudad y con ello se lleva el calor a otro lado del globo terrestre, antes de que desaparezca ya se ve La Luna en la parte de cielo más oscura. Las últimas luces se ven desde los puentes que cruzan la carretera que te aleja de lo que más quieres. Con la bajada aparece todo, la ciudad cobra vida con la brisa nocturna, despega una larga noche, las calles se llenan de movimiento, de faros de coches, de ruido innecesario que satura los sentidos. Nunca ha habido nada más silencioso que una ciudad calurosa al mediodía, siempre falta de gente y sonido que la llene.
Las sombras se alargan hasta el infinito y aparece algún que otro punto luminoso en el cielo, con un poco de suerte podrás ver alguno, es lo único que no me gusta de la ciudad, que apenas hay estrellas dentro de ella, cuesta muchísimo verlas.
La metrópolis está llena de caras inertes, alegres, niños y ancianos curiosos, cada persona tiene su misterio, cada una tiene una historia que contar, hay tantas historias entrelazadas como vidas.
La carretera del puente recorre toda la ciudad, de manera radial es accesible y visible desde todos los puntos, sus ocho carriles la hacen una serpiente de acero, hormigón y asfalto. Cruzandola puedes ver las chimeneas de la zona de la industria, donde se produce la mayoría del ecosistema muerto de la ciudad, toda esa polución que nos llena los pulmones y nos destroza por dentro, pero la cual necesitamos. También puedes ver los rascacielos de la zona centro, en los días nublados cuesta distinguir el final de un par de ellos, bonitos gigantes de cristal o visto de otro modo, vigilantes de la sociedad que está abajo esclavizada pero lo más destacable es lo que ves justo en dirección contraria de los rascacielos. Los suburbios se extienden a lo largo de kilómetros, cientos y cientos de bloques prefabricados invaden un lado de la calzada, forrados con aparatos de aire acondicionado, algunos con pintadas y graffitis dignos de los mejores museos del mundo, cada cierto numero de bloques se alzan aparcamientos tan grandes que te sería imposible contar los coches que lo ocupan.
La pobreza a un lado de la carretera, la riqueza al otro lado de la carretera, pero¿qué pasa con los que están en la carretera? Ellos son el todo, los pobres y los ricos, la clase media, las personas bondadosas y los psicópatas, no hay diferencia, desnudos todos son iguales, no importa como se muestren al exterior, tampoco su interior es vinculante. Acaba por ser totalmente irrelevante, todos enfermamos, todos necesitamos pulmones para respirar y ojos para ver aunque veas todo el mundo en viajes, o a tus hijos al llegar a casa después de una jornada de trabajo, no importa.
La ciudad es la misma para todos. Mismas calles, mismas avenidas, mismas aceras, misma carretera, sin distinciones, sin marginaciones. Ha sido así siempre, desde las primeras civilizaciones, hasta hoy.

Hoy… Mañana quién sabrá…